A medida que vamos adoptando cada nueva tecnología y la vamos integrando en cada uno de los aspectos de nuestras vidas, es fácil que a la hora de crear nuestro propio producto digital, nos perdamos entre todas las opciones de las que disponemos y deseemos incluirlas todas en el proyecto que vamos a desarrollar.

Es complicado resistirse a la introducción de todas las funcionalidades posibles que tiene un producto, pero cuando se empieza a desarrollar hay que tener la suficiente sangre fría para tomar una serie de decisiones que hagan que nuestro proyecto pueda tener éxito.

Debe resolver un problema

El proceso creativo de la idea de producto debe desarrollarse teniendo en cuenta en primer lugar que la necesidad principal de su creación es resolver un problema, por lo que las decisiones que vayamos tomando tienen que ser consecuentes con este planteamiento. Es necesario realizar una investigación inicial que nos ayudará a definir las bases para entender y poder resolver dicho problema. No siempre se puede dar por sentado cuál es la mejor manera de llevar esto a cabo por lo que esta investigación será crucial para desarrollar una solución.

Debe ser simple

La simplicidad es la clave que garantizará que el usuario obtenga una gran experiencia al utilizar nuestro producto. Para ello hay que reducir a su mínima esencia cual es la utilidad del producto. ¿Y cuál es ese punto? En el diseño de un producto se deben reducir todas las utilidades del mismo hasta que el mismo todavía resulta satisfactorio utilizarlo.

La idea principal es definir qué es imprescindible en la utilización del producto y si quitar algo significa que vaya a ser menos satisfactorio utilizarlo, entonces no deberemos hacerlo, siempre teniendo en cuenta que consideremos la necesidad de quitarlo. Si estas necesidades aumentan hay que ver si es necesario incluirlas en ese mismo producto o se debe desarrollar otro acorde a esa necesidad adicional.

Debe ser atractivo

Un buen producto digital tiene que tener un buen aspecto estético. Que sea más o menos complejo no debe influir en que sea atractivo para el usuario. El diseño del producto tiene que ser consistente en todos sus elementos. La utilización de tipografías atractivas, con distintos pesos para resaltar la importancia de ciertas opciones, el uso correcto del color en todos sus ámbitos, el modo en el que se interacciona con distintos elementos del producto, pueden hacer que el producto transmita solidez y robustez al usuario que está trabajando con él.

Pero la belleza de un producto no reside solamente en su aspecto estético exterior sino también en el cuidado de los detalles y de las cosas que el usuario no ve pero que están ahí, como por ejemplo que el producto tenga un funcionamiento rápido y fluido o que el producto requiera de una excesiva cantidad de entrada de datos por parte del usuario.

Debe ser intuitivo

El uso de cualquier producto tiene que tener un componente de intuición que invite al usuario a seguir utilizándolo y a seguir explorando todas sus opciones.

Una de las maneras de hacer que un producto resulte intuitivo es tomar decisiones por el usuario. Si ofreces pocas opciones y el usuario observa que, con apenas esfuerzo y con una mínima respuesta por su parte obtiene resultados, seguirá utilizando el producto y obtendrá satisfacción con ello.

Hay que utilizar el lenguaje del usuario. Las palabras pueden aclarar cosas y al mismo tiempo confundir a la persona que está utilizando un producto.

Debe ser accesible

Todo aquello que creemos tiene que ser accesible por cualquiera. Tiene que poder utilizarse de una manera fácil y leerse perfectamente por personas con necesidades especiales. Deber ser fácil de utilizar y tener un nivel de complejidad mínimo. Por ello la utilización de estándares de desarrollo para poder realizar productos accesibles al mismo tiempo ayuda a que sea de fácil mantenimiento y escalable.

Debe ser innovador

Porque si no lo es no atraerá a nadie. Debe solucionar un problema de una manera original y atrayente que invite al usuario a volver a utilizarlo. Y si el problema que soluciona no es nuevo, debe realizar algo que lo diferencie de la competencia de una manera distinta, algo que le de un valor añadido.

Debe fallar

Aquel producto que no falle en primera instancia, no lo ha hecho porque no ha sido probado lo suficiente. Que un producto falle es genial para que el creador del mismo pueda solucionarlo antes de que le pase al usuario final. A veces falla porque nuestro planteamiento inicial no ha sido el correcto, a veces falla porque no tenemos toda la información necesaria o a veces falla porque no hemos tenido en cuenta hasta el más mínimo detalle. La búsqueda de la perfección a la hora de desarrollar un producto es lo que debe movernos.

Conclusión

Este último principio lo considero como un punto que tenemos que evitar que ocurra, no como un requisito indispensable que tiene que mantenerse durante la existencia del producto. Es una manera de verificar el cumplimiento de cada uno de los otros principios y de evaluar la calidad del producto. Si conseguimos que cumpla todos estos principios estaremos ante un producto exitoso que logrará conseguir los objetivos del usuario final.

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